01 febrero, 2007

Carnaval de blogs

"Mi novia se escribe desde hace años con un chico argentino. Empezó a cartearse cuando estaba en el instituto, por carta, y sigue ahora, por e-mail. Se llevan escribiendo dos veces al mes desde hace ya cinco años, mucho antes de que la conociera. Le aprecia mucho y me ha hablado mucho de él, sé que es profesor de universidad, que hace deporte, que mide 1.8 y es guapo y simpático. Hace un par de semanas vino toda contenta con su mail impreso y me dijo: "Adivina. Viene a vivir aquí". Se me cayó el mundo encima. Lo he hablado con ella y me ha tranquilizado un poco, dice que me quiere a mi. Mañana vamos a ir a buscarle al aeropuerto"

Ella estaba nerviosa e impaciente. Comprobaba el reloj una y otra vez asegurándose de que la hora del vuelo era la que él mencionó. Yo en cambio tenía un mal presentimiento y no me gustaba mucho esta situación, pero debía confiar en ella y apoyarla cuanto pudiese.

Se dieron un gran abrazo al encontrarse mientras yo miraba con una sonrisa un tanto forzada. En seguida se pusieron a hablar, a decir el tiempo que habían esperado ese momento. Por fin llegó el momento de la presentación. Nos dimos un fuerte apretón de manos y quise ser amable e interesarme por él. Sin embargo, volví a sentirme en segundo plano al ver cómo retomaban de nuevo la conversación los dos. El mal presentimiento cada vez se iba haciendo más fuerte añadiendo mi evidente incomodidad.

Le llevamos a casa y ellos acordaron verse al día siguiente.

Ella estaba eufórica, no paraba de hablar de cómo era, de ese fabuloso acento argentino tan fascinante y seductor, de lo bien que se lo iban a pasar. Organizó mentalmente su semana para poder coincidir con él a tomar un café. La recordé ciertos planes que habíamos hecho para esa semana y empezó a cambiar su tono de voz, llamándome egoista entre otras cosas. Me contuve. No era el mejor momento para discutir y no iba a solucionar nada, todo lo contrario.

La semana siguiente fue como me imaginaba. Quedaba con él casi a diario, le acompañaba a escoger ciertos muebles para su nuevo piso, le enseñaba la ciudad. Y como era también de preveer anuló los planes que tenía conmigo.

Llegó el fin de semana y conseguí verla y me contó todo lo que había hecho con él. Yo no pude contenerme y la dije que no me parecía nada bien cómo me estaba tratando y que le veía más a él que a mí. Ella quiso hacerme entender que él era una persona muy importante para ella y que hacía mucho que quería hablar con él en vez de por correo y me tachó de celoso. Quise ser comprensivo y acabé pidiendo perdón.

Pasaron dos semanas y no hubo mucha diferencia a la anterior. Cada vez estaba más nervioso, más ausente en el trabajo, más inquieto. No sabía muy bien qué era lo que debía de hacer. Cómo solucionar este panorama.

El viernes quedé con ella. Sin embargo me llamó por teléfono a mediodía para decirme que la era imposible quedar porque tenía que trabajar. Hasta entonces nunca se había quedado para trabajar un viernes por la tarde. Por lo que esa tarde me quedé en casa viendo la tele.

Pensé en llamarla, en que la gustaría oírme entre tanto trabajo. Lo hice. Pero tenía el móvil apagado. Más raro aún. Nunca apagaba el móvil en el trabajo. Muchas veces la llamaba o la mandaba mensajes. Sabía que la gustaba.

Me acordé que me dijo que su amigo argentino iba a estar en casa colocando unos muebles que le iban a llegar y pensé en ir a verle. No sabía muy bien porqué. Una sospecha que no quería creer me golpeaba en la cabeza.

Llegué y llamé a su puerta. No se oía nada. No contestaba. Empecé a enfurecerme y a verlo todo claro. A sentirme un estúpido por taparme los ojos ante algo tan evidente. Aporreé la puerta de rabia y me senté en la escalera del pasillo, tapándome la cara, intentando calmarme.

“¿Un mal día?” Dirigí la vista hacia dónde salía esa voz. Una mujer estaba al lado mío. Estaba como en un sueño. No sabía si lo que estaba viviendo era realidad o sueño. Mi mente estaba al límite y era incapaz de razonar. De repente me ví diciendo “¿Tomamos una copa?” Nos fuimos a varios bares. La conté mis problemas. Yo bebí unas cuantas copas, ella menos que yo. Nos fuimos a mi piso. No estaba borracho, pero tenía una sensación extraña. Sólo actuaba mi instinto y me veía a mi mismo como un espectador. Nos besamos, nos bañamos en mi jacuzzi y nos fuimos a mi dormitorio.

Al día siguiente me desperté y ella no estaba. No sabía ni su nombre, seguramente me lo dijo, pero no conseguía acordarme. Me vestí y me dispuse a comprar algo para comer. Cogí la cartera y comprobé el dinero que tenía. Nada. Me asusté. La chica me ha había robado. De repente me entró más el pánico. Fuí corriendo a mi caja fuerte. La abrí. Estaba vacía. Cuantas veces me había dicho mi novia que usase una caja fuerte, que dejase parte en casa y la otra en el banco, que al tener el dinero que tenía era mucho mejor así. ¿Por qué la hice caso?

El teléfono sonó. Era mi novia. Me pedía perdón por lo de anoche y que vió que la había llamado pero la obligaron a desconectar el móvil porque estaba en una reunión. Me dijo que estaban de camino y que sentía todos estos días, que me había dejado aparte y que me lo iba a recompensar con creces.

Me sentí peor. Había engañado a mi novia, me habían robado y venían de camino ella y el argentino.

Sonó el timbre. Abrí. Ella me dio un beso y él me saludó. Había alguien detrás de él. Era la mujer de la noche anterior, era la ladrona. “Mira, te presento a mi hermana. Vino ayer”, dijo el argentino. ¿Cómo no me dí cuenta de su acento? Ella me miraba con una sonrisa cínica, como retándome a que dijera lo que ocurrió, a que confesara a mi novia que me había acostado con esa mujer, con la hermana de su querido amigo y que me había robado. Era el colmo. Mientras pensaba todo eso, él contaba que anoche un loco empezó a aporrear la puerta mientras él estaba intentado dormir un rato después de la paliza que se dio en colocar los muebles.

Me empecé a sentir mal. Veía borroso. Estaba saturado. No podía más. Tantos nervios, tantos pensamientos, tantos temores, tantos errores. Les pedí que se marcharan. Tenía que aclarar, que asumir todo lo que había pasado.

A los dos días vino mi novia a casa. Su cara no avecinaba nada bueno. De repente me dio un tortazo diciendo que cómo había sido capaz. Me contó que la hermana “ladrona” había ido a ella y entre sollozos la dijo que la noche anterior a conocernos se había acostado conmigo. Y que si ella hubiera sabido quién era no lo habría hecho. Empezó a llorar. Yo quise contarla todo, pero según iba hablando iba empeorando las cosas. La dije que me había robado. No me creyó diciéndome que si así fuera me lo merecía. Se marchó con un adiós para siempre.

Estaba destrozado. Lo había perdido todo en cuestión de semanas. Estuve días sin salir de casa.

Un día el móvil sonó. Era un amigo. Me dijo que ya había llegado de vacaciones y que el sábado por la mañana pasó por mi calle con el coche y que vió a mi novia en mi portal, que salió una chica de mi piso con una bolsa y que se metieron las dos en el coche de un tío.

Colgué. Me engañaron.

3 Comments:

At 9:50 p. m., Blogger Akira said...

Moraleja: Si compras una caja fuerte por consejo de tu novia, guarda el dinero entre tus revistas porno, y en la caja fuerte pon un rasca y gana usado que ponga: Sigue buscando...

:D

 
At 10:24 p. m., Blogger Ángel said...

O eso, o nunca digas el código de tu caja fuerte a nadie.

Un saludo, me ha gustado ;-)

 
At 4:35 p. m., Blogger sq said...

Encima de cornudo apaleado. Bueno... más o menos, ¿no?

2ª moraleja de la historia: sé más pobre que las ratas: no liarás con la hermana argentina de un conocido :( pero te ahorrarás disgustos :)

 

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